Cuando una mujer se queda embarazada se pone en marcha una verdadera revolución. No solamente es su cuerpo, sino que, paralelamente, su cabeza, emociones y sensaciones protagonizan esta enorme transformación. Cambian sus intereses y sus prioridades. La relación con las/os demás se modifica, sobre todo con la pareja y con las personas más allegadas, que le recuerdan constantemente el cambio de rol que ha supuesto su decisión. Cambia el foco, tanto para ella como para las/os demás, su yo se va desplazando, a un nosotros… o eso nos hacen creer.

De todos los cambios que se producen cuando decidimos ser madres podemos detenernos a observar y valorar lo que nos pasa con la vivencia de nuestra propia sexualidad. Para ello nos centraremos en la situación de mujeres que viven y expresan su sexualidad en pareja de forma saludable y satisfactoria y que llegaron a la maternidad desde una decisión consciente y deseada.

La sexualidad es una parte intrínseca de nuestro ser global, no podemos separarla del resto de aspectos que nos definen como mujeres, somos sexuadas y tenemos cuerpos sexuados desde que nacemos. El desarrollo de nuestra sexualidad está relacionado con aspectos como lo que pensamos sobre nosotras mismas; si estamos o no a gusto con nuestro cuerpo; con nuestra capacidad para disfrutar, sentir y emocionarnos; también con nuestra forma particular de querer y dejar que nos quieran, porque la sexualidad es comunicación e intercambio afectivo. Pero también nuestro ser sexual se ve influido por las ideas que nos transmitieron con respecto a cómo debía ser nuestra sexualidad como mujeres, y también como madres. Si el balance de todos estos aspectos es positivo, vamos integrando nuestra sexualidad y la desarrollamos de forma saludable como un parte importante de nuestro ser. Pero si por el contrario, el balance es negativo no conseguiremos integrar nuestra sexualidad en nuestro yo y la iremos postergando, no le prestaremos la atención necesaria, e incluso podremos llegar a pensar que se puede prescindir de ella.
A partir de la decisión de la maternidad sentimientos de todo tipo nos invaden. La mayoría de nosotras durante el embarazo ya tenemos dudas y conflictos con nuestra sexualidad. Desde los miedos a mantener relaciones sexuales coitales (no sea que “algo” se vaya a malograr), hasta el asombro por el aumento de libido que experimentan algunas mujeres y que las hace vivir este momento como uno de los de mayor deseo sexual de sus vidas.

Después de pasar los dolores del cuerpo durante el post-parto, cuando conseguimos apaciguar las normales inseguridades sobre los cambios en nuestro cuerpo, cuando volvemos a la rutina de la vida, del trabajo…, antes o después, volvemos a tener presente nuestra sexualidad. En general, aquella sexualidad que compartimos; bien porque volvemos a desearla, bien porque nos la demanda nuestra pareja.

Durante el periodo de crianza parece ser que se da una situación recurrente en muchas de nosotras. Hemos admitido como cierto que generalmente sufrimos una perdida de deseo sexual por el hecho de ser madres. Veamos este aspecto en profundidad detallando algunas razones que podrían dar explicación a esta situación:

Hay una razón meramente biológica. Cuando estamos inmersas en el cuidado de nuestras crías, no podemos estar para nadie, ni para nada más. Todas nuestras energías las ponemos en esta tarea.

Es una reacción físico/psicológica. Al asumir mayoritariamente las interminables tareas domésticas y de cuidados, incluimos el sexo como una obligación más a la que no llegamos por falta de tiempo. No es raro que en esta situación muchas de nosotras rechacemos el sexo compartido poniendo como excusa el cansancio, cuando en realidad el sexo podría ser una de las mejores formas de relajarse y de sentirse bien, y sobre todo de desconectar del rol de madre.

Es una cuestión moral. Ser una “buena madre” significa reducir nuestras conductas libidinosas, porque la sexualidad sigue teniendo componentes moralmente negativos que no encajan con nuestro nuevo rol de madres “sensatas”.

Hay una predisposición en las mujeres para desconectarnos de nuestro cuerpo y de nuestra sexualidad, que nos permite privarnos fácil y voluntariamente de esta parte tan importante de nosotras mismas.

Probablemente una mezcla de estas variables pueda afectarnos, en alguna ocasión, y en mayor o menor medida. Pero en sí mismas no parecen ser explicativas de esa supuesta falta de deseo en las mujeres que están criando.

Existen mujeres a las que nos les baja el nivel de deseo sexual. Habría que preguntarse qué caracteriza a estas mujeres y la respuesta la encontramos en cómo entienden su propia sexualidad. En cuanto su cuerpo se lo permite, después del postparto, son capaces de volver a conectar con su cuerpo sexual, disfrutar y relajarse y, además sentirse queridas y deseadas a través del sexo. Son mujeres que ya antes de ser madres mantenían un equilibrio saludable entre sus deseos y necesidades y su expresión sexual. Para ellas la sexualidad es una parte importante de su persona y de su vida, y le dedican una parte de su tiempo, de su motivación y de sus responsabilidades a satisfacer sus necesidades afectivo-sexuales. No les genera ningún conflicto ser sexualmente activas y ser madres al mismo tiempo, porque son dos aspectos de su persona que no están en contradicción sino que se enriquecen el uno al otro. Están convencidas de que en la medida en que sean capaces de satisfacer más libremente sus deseos y necesidades, serán mejores madres. De la misma forma que las mujeres buscamos la satisfacción de otras necesidades cuando somos madres (descansar, trabajar, salir con las amigas, ir al gimnasio), para estas mujeres la sexualidad es una parte de sí mismas a la que no están dispuestas a renunciar, sencillamente porque el error es pensar que tiene algún sentido la renuncia.

Entonces, ¿por qué en determinados momentos algunas mujeres parece que no necesitamos de nuestra sexualidad? Si somos capaces de cambiar multitud de aspectos de nuestras vidas para ser mejores madres ¿por qué no nos planteamos dentro de esta lista que nuestras/os hijas/os tengan “madres con sexo”?

Durante la crianza, cuando ya la hija o el hijo están aquí, nos enfrentamos a una novedad: ¿cómo tengo que ser?, ¿qué tengo que cambiar para pasar de ser “mujer sexual” a ser “mujer sexual y madre”?

En mi opinión, las mujeres seguimos teniendo muchas lagunas sobre nuestra propia sexualidad y en parte la razón está en que todavía no hablamos abiertamente de este tema entre nosotras. Son pocas las mujeres afortunadas que tienen espacios de libertad para hablar de sus sentimientos y conflictos sexuales. Nuestra experiencia en Mujeres para la Salud es que para muchas de nosotras la sexualidad sigue siendo un tema tabú rodeado de muchos falsos mitos. Seguimos arrastrando los efectos de la educación sexual patriarcal que hemos recibido y que nos ha impedido siquiera preguntarnos cómo queremos vivir y expresar nuestra sexualidad como mujeres. Si valoramos lo que nos transmite y no nos transmite la educación sexual patriarcal a las mujeres, podremos empezar a entender nuestros comportamientos desde otra perspectiva:

La sexualidad de la mujer está en función de la sexualidad de los hombres. Aprendemos que nuestra sexualidad sirve para satisfacer la de un hombre. Concebimos la sexualidad como un instrumento que nos va a garantizar tener pareja y mantenerla.

La sexualidad de las mujeres tiene su máximo sentido en la maternidad. Las mujeres madres dejan de ser mujeres sexuales puesto que han conseguido otro de sus objetivos vitales. Se fomenta el mito de la simbiosis “mujer-madre”, donde hay un traspaso de las necesidades de la mujer adulta a la exclusividad y prioridad de las necesidades de la cría (paso del yo al nosotros).

No aprendemos que la sexualidad es una posibilidad humana y sobre todo una necesidad básica, que está íntimamente relacionada con la afectividad, el cuidado y el respeto hacia nosotras mismas, la comunicación y el intercambio con las/os demás y, mucho menos aprendemos que las únicas responsables de satisfacer esta necesidad vital somos nosotras mismas.

El concepto de sexualidad de las mujeres está estrechamente relacionado con el de sexualidad compartida. En la educación sexual de una mujer no se fomenta la sexualidad con una misma, no se proponen como ejes esenciales el autoconocimento, el desarrollo de la sensitividad y el autoplacer, lo que nos lleva irremediablemente al desconocimiento de nuestro cuerpo y sus posibilidades, y a la falta de experimentación y desarrollo de este área de la personalidad humana que es la sexualidad.

El resultado es que las mujeres conseguimos desconectar nuestro cuerpo de su sexualidad, a veces en momentos concretos o etapas de la vida (como es la crianza) haciéndonos creer que la sexualidad no es tan importante, o necesaria, y que se puede vivir sin ella.

Para salir de este error, las mujeres tenemos que buscar espacios que nos ayuden a desmontar estas falsas creencias. La primera de ella, desligar nuestro yo-mujer-sexual del yo-madre. Se trataría de desaprender lo aprendido, de de-construir para volver a construir, de hablar con otras mujeres sobre nuestras dudas y conflictos; sobre lo que sentimos, lo que deseamos. Ese sería el primer paso para asumir la responsabilidad de construir una sexualidad saludable centrada en el placer, el afecto y el respeto hacia nosotras mismas.

Y no olvides que «Tu forma de aceptar y expresar tu sexualidad es el modelo que transmites a tus hijas/os y, así ellas/os desarrollaran su propia sexualidad«

 

Educando a los hijos y las hijas [[MEC. La Educación Sexual de la primera infancia: Guía para padres y madres, y profesorado, 2003]]

Volviendo a nuestro rol de madres, recuerda que cualquier persona adulta que se relaciona con un niño, una niña o un adolescente está educando, quiera o no quiera, tenga o no tenga conciencia de ello, sobre la afectividad y la sexualidad, y sobre cómo son y han de ser las relaciones con los/as demás. Con las palabras que se dicen y con las que no se dicen (puesto que no hablar es un modo de comunicar mensajes), con los gestos, abrazos, caricias o muestras de afecto que se dan y que no se dan…

La actitud que mantenemos sobre nuestra propia sexualidad, es otra variable que transmitimos a nuestras/os hijas/os. Ellos son testigos y aprenden de nuestros comportamientos positivos. Por ejemplo, cuando nos sentimos y estamos seductoras o encantadoras con los/las demás estamos expresando nuestra propia sexualidad en público. También cuando somos capaces de estar desnudas delante de ellas/os, o les nombramos las partes del cuerpo, sin eufemismos ni peyorativamente, les estamos transmitiendo cómo vivimos nuestro cuerpo sexuado en libertad.

Ofrecer una imagen objetiva y positiva de nuestro cuerpo a nuestras hijas/os, no sólo centrada en la estética, si no en el resto de cualidades y beneficios que nos ofrece, sobre todo como transmisor y receptor de comunicación y afectividad es un valor preventivo para su futura autoestima afectivo-sexual.

Del mismo modo, nuestras reacciones ante las expresiones de la sexualidad de las niñas y los niños o las/os adolescentes reflejan nuestras actitudes o formas de sentir, pensar y actuar sobre nuestra propia sexualidad y por lo tanto también educan.

Ser consciente de estos hechos es el primer paso para empezar a hacer positivo este aprendizaje, y ayudar a que los mensajes insanos, represivos o negativos no formen parte de nuestro pensamiento ni lo transmitamos al pensamiento infantil.

Direcciones Web interesantes sobre educación y educacion sexual:

MEC, La educación sexual de la primera infancia: Guía para padres y profesorado